20 de julio de 2012

Algo más que un simple cambio de cartel - Roca Genocida y Responsabilidad del Estado (Por Gustavo Cifuentes)

Gustavo Cifuentes profesor en Historia

El genocidio es un delito Internacional  que comprende cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal; estos actos comprenden la matanza de miembros del grupo, lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo. (Definición)
Ante la iniciativa del Concejo Municipal de Sierra Grande de cambiar el nombre de la calle “Julio A. Roca” por la de Pueblos Originarios, veo como positivo el debate que se origina para hablar de algo que por mucho tiempo ha estado silenciado y con responsabilidades importantes de nuestro Estado.



A fines del siglo XIX, el Estado Nacional Argentino en consolidación logró someter a los pueblos mal llamados “indígenas” que permanecían autónomos en territorios que el Estado consideraba como propios. Ese espacio, considerado “desierto”, se integró a la historia de la nación, “pujante y moderna”, que progresaba a la vez que se sacudía los últimos resabios de salvajismo y barbarie.
Dichos relatos no dan cuenta del genocidio del que los Pueblos Originarios fueron víctimas y lo silencian e invisibilizan. Sin embargo, el accionar estatal para con los pueblos se ajusta a la definición de genocidio que fue aprobada en 1948 por las Naciones Unidas en la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio.
El avance territorial y la desaparición forzosa de millones de “indígenas”, fue un plan que organizó el Estado, por lo tanto debe ser el Estado quien empiece a reparar semejante daño a un pueblo y a una cultura preexistente a nuestro tiempo. Es por ello que debemos relacionar el proceso histórico de sometimiento de los pueblos originarios a manos del Estado nacional argentino con la definición vigente de genocidio; dar cuenta de la vigencia de las políticas del estado argentino en relación al silencio historiográfico que opera en el imaginario sobre los “indígenas” como extintos o marginales y, por último, integrar a la discusión ciertos planteos actuales que instalan en el debate político diferentes visiones de este genocidio.
La idea predominante de articular el pasado históricamente no significa descubrir „el modo en que fue sino apropiarse de la memoria cuando ésta destella en un momento de peligro. Será entonces el momento en que los historiadores empecemos a contar otras historias que peligran en silencio.
Por mucho tiempo el relato historiográfico y antropológico en Argentina contribuyó en la construcción de un doble supuesto fuertemente instalado en el sentido común de la ciudadanía. Este sostenía, por un lado, la extinción de los pueblos originarios a lo largo de un período de tiempo vagamente recortado entre la llegada de los conquistadores españoles (mediados del siglo XVI) y las “campañas al desierto” (1878-1885). Por otro lado, simultáneamente, esta “desaparición” era interpretada como un proceso “natural” de la historia universal de avance de la civilización sobre sociedades “menos civilizadas” y no de una política estatal.
Debo reconocer que en algunos de los grandes centros académicos, inclusive donde me formé como profesor en Historia, predominan conceptos añejos sobre la desaparición de los pueblos originarios, no solo por una intencionalidad de silenciar ya que la historia la escriben en su mayoría extranjeros, sino por la ausencia de material bibliográfico contrario a la “Historia Oficial”, por lo que hay que reconocer la tarea de historiadores contemporáneos como Silvio Winderbaum que, conjuntamente, con las comunidades organizadas de los pueblos originarios tratan de revertir esas ideas y conceptos erróneos instalados en el colectivo de la sociedad.
Por último, debo decir que es una tarea que debe traer una clara explicación a la sociedad, reparar un daño tan importante, como la de reconocer a Julio A. Roca como un genocida y reconocer la lucha que vienen sosteniendo los pueblos originarios debe tener un contenido ideológico. No se trata de suplantar figuritas, ni de rivalidades históricas o de ídolos falsos, se trata de ser coherentes con los procesos históricos que demandan hoy un avance en políticas que reconocen las desigualdades y el derecho de minorías, de reconocer el genocidio perpetrado contra los pueblos originarios por intereses económicos que tenían bien en claro que la única manera de seguir acumulando riquezas era la de avanzar sobre los territorios ocupados por los pueblos originarios, no le importó al Estado de qué manera se hiciera, pero se debía avanzar en las fronteras y Julio A. Roca  fue quien colaboró exterminando a gran parte de la población originaria sin importar la edad, ni el sexo o la etnia.
Felicito la iniciativa y espero haber aportado un granito de arena para avanzar en positivo sobre la propuesta de cambiar el nombre a la calle Julio A. Roca por la de PUEBLOS ORIGINARIOS, pero hago la salvedad, que no alcanza con cambiar un cartel, esto tiene que ir más allá, recordemos que hoy todavía los pueblos originarios tienen una gran lucha por su reconocimiento, pero además por la recuperación y tenencia de sus tierras y son los funcionarios electos por el pueblo, los principales responsables de recoger esas demandas y hacerlas valer  con la normativa necesaria.
Hago un saludo extensivo para todo el cuerpo legislativo, para la comunidad originaria presente y para todos los que de alguna manera trabajan o luchan en pos de una sociedad con menos injusticias.

Gustavo Cifuentes
Profesor en Historia
Presidente Centro Socialista de Sierra Grande